sábado, 11 de diciembre de 2010

Cenizas pálidas

Por Madame... para ti, otra vez

Un martes veintitrés de febrero, tuve frío y te mostré cómo encender una llama con las palabras. Subestimándola por ser pequeña, te acercaste a ella y te quemaste, te quedaste ahí gozando del incendio que carcomió tu carne en un orgasmo... que no tardó en terminar. ¡Y ahora te arrepientes de estar obscurecido!, me culpas de tener corazón y cuerpo hechos polvo. En silencio te preguntas, ¿cómo es que todavía duele? Y es que hay cenizas que siguen rojas, arden y duermen sobre la piel, -todavía queman-.
Si me abrazas para cuidarlas, añorando prolongar su brillo, sólo morirán despacio. Así que me voy, para dar paso al viento, que las enfurece y luego las mata; porque cuando invada la palidez del frío a lo que fuera tan rojo como enfermizo, vendrán a ti los recuerdos de mi piel blanca, y podrás llorar más fuerte al saber que no puedes quemar las cenizas de un libido, las cenizas lívidas. Al descubrir que no puedes guardar el cadáver de un sentimiento esperando que no se evapore, que no vuele escapando entre tus dedos. Que un doloroso incendio te impregna de su eterno aroma.
¿Te pesa el sufrir al contemplar cómo se apaga mi luz en ti? No te preocupes, no quiero más de ella en tu miseria. Porque el que sabe jugar con fuego aprende a quemarse, y a usar leña barata para quitarse el frío pasajero.
Un jueves 23 de septiembre, me enseñaste a extinguir toda luz con mis propias lágrimas.

sábado, 4 de diciembre de 2010

De padre a hija


Viridana:
-Papá, cuéntame algo

P
apá:
-Ayer, un extraño me trajo flores...
Ahora mi tumba se ve más alegre.


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