lunes, 10 de mayo de 2010

Dispar a ti (I)

Por Madame, para ti.
(Parte I. De la resignación en aquellos tiempos confusos)

María se enamoró de ti cuando descubrió, que para tranquilizar su locura, le hacía falta tu olor.
Se dio cuenta un lunes, cuando se sentó a tu lado y notó que querías el beso con el que te saludaba a diario, se acercó encontrando tu olor y mientras raspabas su mejilla con tu barba, suspiró entrecerrando sus ojos y recordó las delicias que le hiciste sentir en un sueño del martes.
Supo que todo comenzó extrañando tu compañía. Luego la cercanía de tu cuerpo se volvió insuficiente para saciar el deseo, y se decidió a pecar aquel jueves; humedeciendo tu rostro con el perverso sudor de sus manos, mirando con imprudencia tus enrojecidos ojos, recostando su cabeza en tu hombro, respirando como una intrusa en tu cuello para llenarse los pulmones de ti… y así fue como (sin quererlo) invadiste su cuerpo entero, mientras Baco le sonreía orgulloso a tus espaldas y condenaba a sus pobres almas con un mareo que los hizo arder hasta el fondo de un maligno libido…
Incontables jueves después, le hiciste el amor y le dolió. Eso la marcó, le asustó y le gustó, sus horas se impregnaron de tu ausencia y se ocupó tanto en pensarte que se sintió obligada a llevarte a la misma condena. Dejó un cabello dentro un libro que tal vez leerías, suspiró en tu espalda, y a Morfeo le entregó un beso envuelto en tu nombre. No tardó en invadirte también, y ella supo que la querías en las sombras, que le murmurabas al hedor de su cuello, que en su ausencia buscabas su olor en tu ropa y que abrazabas aquella almohada donde dejó un susurro mientras la penetrabas. Así creyó haberte esclavizado, pero creyó mal. Tú... -cerraste los ojos, te apuñalaste el corazón y te fuiste-, humillándola y burlándola, mientras te perdías a contraluz de la nada, para que brotaran sus traicioneras lágrimas, rindiendo culto al fantasma que dejaste con desvergüenza recorriendo sus adentros.
Y, ¿sabes? no puede descansar, no puede ni pensar en otra cosa sabiendo que está sentada en donde le robaste alma y tiempo mientras respiraban la misma miseria. Sus lágrimas ruedan revelando ojeras y cicatrices, y en su desgracia, mientras abraza algo, recuerda aquel olor que la supo enamorar… ¡sí!, el tuyo, el de tu piel morena que sabe a nostalgia.
Desesperanzada y vacía, por la humillante rutina, se hinca para sentir dolor y frío, hasta que un día, entre su llanto cansado y la melancolía de la pérdida, su imaginación ya no asemeja tu presencia.
Ella abre la ventana, para que el frío consuma su ridícula pasión de neblina…Y así descansan los restos de su pobre presencia, así suspiran, así su cuerpo sufre las cicatrices de tus mordidas y rasguños como si se trataran de un orgasmo, y la pasión expira lenta.